Algo que escribí hace muchos, muchos años. Recuerdo que se lo mostré a Winter y se quejó de mi ortografía (que no ha mejorado mucho desde entonces), traté de editar aquellos errores pero obviamente aun hay más.
Acostado sobre su cama leía su libro favorito, una obra de realismo mágico en la que identificó su niñez, donde vio retratada (en forma exagerada) a su familia y encontró plasmados todos los sueños y miedos de su vida. “No hay desperdicios en esta novela” pensaba. “Cada palabra, cada oración, cada onomatopeya es perfecta en conjunto con el resto de las letras” sentenciaba.
Eran las 2 de la madrugada cuando el sueño empezó a intervenir con su lectura. Sus ojos se cerraban cada que avanzaba un párrafo para abrirse 3 segundos después y continuar, lo que leía ya no llegaba a su cabeza de forma coherente, se iba mezclando con el recuerdo de sonidos de ese día y de muchos otros…
Diego, al notar que su ultimo momento de lucidez estaba por llegar cerró el libro y lo puso en la mesita que tenia al lado de su cama, se acomodó y como ultimo pensamiento tuvo “olvidé la luz, ojalá no me despierte al rato por eso”
Iba llegando a la vieja secundaria Mateos – estaba contándole Diego a su buen amigo Miguel con quien desayunaba en ese momento unas tortas de cochinita, era domingo, ninguno de los dos tenía qué hacer y hace tiempo que no platicaban en persona.
- Y bueno, que llego al edificio donde se encuentra mi salón, que estaba en el segundo piso, miro hacia arriba y veo a dos ex compañeros: uno llamado Raul y el otro Juan Carlos, ambos buenos amigos entre sí, uno corto de estatura y el otro promedio, ambos morenos y en palabras de alguien más los dos son carismáticos. Juan y Raul están mirando hacia abajo a su vez, apoyados cómodamente como viendo quien anda por ahí.
- Espera – interrumpió Miguel en tono extrañado - ¿Cuándo dices que fue eso? ¿Acaso hubo una reunión de ex alumnos?
- Chaz ¿Qué no te dije que esto es lo que soñé anoche?
- Ah, perdona. No escuché esa parte. Prosigue – Miguel tomó un sorbo de su coca cola.
- Bueno, bajé la mirada de nuevo y vi las escaleras para llegar al segundo piso y mientras las subía varias imágenes y voces tomaron parte en el sueño: me vi a mi mismo en el uniforme escolar de la secundaria, aquel de pantalón y chazarilla café con playera blanca abajo, mientras que las voces de Raul y Juan Carlos decían desde algún lugar muy lejano cosas como “¿Qué haces aquí? Tu tiempo ya pasó” “ya no eres como antes, fuiste mejor”. Es todo lo que recuerdo.
- Un sueño un tanto melancólico – Apuntó Miguel.
- ¿melancólico?
- Tirándole a emo – A Miguel le encantaba usar esa palabra, aunque estuviera fuera de contexto, decía él que con esto demostraba norecuerdoque relacionado con que la nueva tribu urbana es solo una moda pasajera. – ¡Es que en tu sueño prácticamente te decías a ti mismo que el pasado era mejor! O sea que (y probablemente no lo admitirás, pensó el Mike) de alguna forma extrañas tus años en la vieja secundaria de la Mateos.
- ¿Yo extrañar esa escuela? Jajajaja – esta fue una risa forzada pero Diego la había practicado tantas veces que ahora para cualquiera es difícil de distinguirla de una verdadera – compañeros idiotas, maestros mediocres. No lo creo.
Miguel estaba a punto de contestarle (iba a decir algo sobre cómo es que aun “odiando” tanto la escuela varios sueños en el último mes habían sido sobre ésta y añadiría un comentario de más con el único fin de molestarle un poco, cosa de camaradas) pero le interrumpió la mesera del local, las tortas estaban listas y en la mesa. La conversación quedó sin finalizar, el hambre pudo más.
Al terminar ambos se despidieron y fueron cada quien por su camino.
Y su nombre era Elisa – pensaba Diego mientras caminaba sin fijarse hacia donde iba, era común en él perderse en divagaciones – poco recuerdo ahora sobre ella: su nombre que me encantaba y sigue encantando, el perfume olor comosandia que usaba y su hermosa cabellera lacia y negra, también que era esbelta y tenia hermosos senos ni muy grandes ni muy chicos, perfectos o al menos así me parecían...pero no puedo recordar su cara, para nada. Es una lástima que no tenga una fotografía de ella. Si no hubiera sido tan miedoso para pedirle que se tomase una conmigo en la fiesta de fin de curso, rayos. ¿Qué habrá sido de ella? ¿Por qué después de tantos años su vago recuerdo oprime mi corazón?
Diego levantó la mirada, las rejas de la estúpida secundaria Mateos estaban frente a él.
Era sábado pero aun así la escuela estaba abierta “deben de haber alumnos presentando exámenes extraordinarios” pensó en forma de reflejo Diego, aun no ha olvidado que en su momento le toco presentar exámenes por esas fechas.
Frente a su vieja escuela Diego sintió algo extraño en todo su cuerpo (o tal vez solo en su estomago), puede decirse que fue una clase de náusea como la que siente uno cuando le toca ir a su primera clase en una nueva escuela.
Entre la confusión en su mente por cómo termino ahí y la extraña sensación que tenía decidió entrar a la Mateos sin saber exactamente para qué.
Subió las escaleras de la entrada, pasó por la dirección y atravesó el área donde se dan los honores a la bandera todos los lunes hasta llegar al edificio de dos plantas donde se encontraba su salón, en total habían 4, dos en cada piso. Subió lentamente las escaleras, su corazón latía con mayor rapidez a cada peldaño, una vez arriba la puerta de su antigua aula estaba a pocos metros hacia la izquierda, caminó hasta ella, entró. No había nadie. No estaban ni Raul ni Juan Carlos para burlarse de él porque llegó tarde, tampoco estaban sus dos buenos amigos Gregorio y Manuel para saludarlo. Diego se dirigió a su antiguo mesa banco, lo miró detenidamente y notó que aun se encontraban unos rayones suyos ahí…
De momento el dolor en su estomago se intensifico obligándolo a sentarse y eso le hizo recordar: Elisa entrando por la puerta, bella incluso en ese horrible uniforme escolar, cargando su mochila amarilla con negro, avanzando hacia la tercera fila donde saludaba a los fresas con quienes se llevaba y finalmente dirigiéndose hacia el asiento que estaba delante de él, donde solía sentarse, siempre.